Los seres humanos vivimos constantemente rodeados de patógenos (bacterias, hongos, virus, …) que se encuentran en los alimentos que ingerimos, en el polvo del suelo, en el aire y hasta en los objetos que utilizamos a diario: nuestra ropa, nuestro cepillo de dientes, nuestros libros … y que de múltiples maneras intentan colonizar nuestro organismo.
La diferencia inicial entre estos tipos de microorganismos es que, por ejemplo, en el reino de las bacterias, algunas son beneficiosas y forman parte de
nuestro cuerpo (la microbiota) y otras nos causan enfermedades, pero en el reino de los hongos y los virus, generalmente solo vienen a darnos
problemas.
La capacidad para defendernos de estos patógenos depende de la habilidad nuestro sistema inmunitario en generar respuestas apropiadas.
El sistema inmunitario no consiste en un solo órgano que genere estas respuestas de modo unitario y personal. Está constituido por una serie de
estructuras, células, moléculas que sintetizan y procesos biológicos en el interior del organismo que le permiten protegerse frente a sustancias potencialmente nocivas y agresiones externas (agentes patógenos, contaminantes, radiaciones, …) o internas (propias células del organismo que se malignizan), siendo su principal función distinguir entre “lo propio” y “lo no propio”.
Así podríamos decir que nuestro sistema inmune funciona como un “sistema de inteligencia” distribuido por toda la geografía de nuestro cuerpo, con funciones ampliamente repartidas y que actúa de manera eficaz y sincronizada, permitiendo que nuestro cuerpo identifique, neutralice, destruya, procese y elimine agentes extraños a uno mismo sin producir daño en nuestros propios tejidos.
Se trata entonces de diferenciar el «mí mismo» de lo que «no es mí mismo«. Sin duda una compleja tarea para nuestro sistema inmune si imaginamos que los seres humanos continuamente interactuamos con diferentes escenarios que están plagados de agentes físicos, químicos y biológicos.
Cualquier elemento considerado como “no propio” es capaz de iniciar una respuesta inmunitaria. Pero, al mismo tiempo, nuestro organismo dispone de mecanismos de aceptación de la microbiota presente en el ser vivo (bacterias beneficiosas) y de los antígenos propios.
Cuando nuestro organismo pierde la capacidad de diferenciar los componentes propios de los ajenos, el sistema inmunitario responde contra tejidos y células, surgiendo las denominadas enfermedades autoinmunes.
El sistema inmunitario puede presentar disfunciones en sus respuestas, mostrando defectos (inmunodeficiencias), errores (autoinmunidad) y excesos (alergias).
Para cumplir esta colosal misión, nuestro cuerpo cuenta con un sistema de defensa propio que incluye tres barreras de defensa: primaria (barreras naturales), secundaria (inmunidad innata) y terciaria (inmunidad adquirida), que nos permiten detectar las células y sustancias extrañas, neutralizarlas y eliminarlas antes de que dañen alguna parte del organismo.
Estas tres barreras de defensa actúan de manera coordinada para dar la respuesta adecuada a cada situación. Si los patógenos consiguen superar la primera barrera natural de defensa del organismo se establece la respuesta inmunitaria.
Sin unas barreras de defensa a punto y en forma no tendríamos manera de combatir los agentes extraños que ingresan en nuestro cuerpo desde el exterior ni las células de nuestro organismo que se malignizan.
Para funcionar correctamente y poder dar la respuesta inmunológica adecuada en cada situación, nuestras barreras de defensa requieren de equilibrio y entrenamiento. Para ayudar a nuestro cuerpo a conseguirlo, te recomendamos llevar una vida saludable, una dieta sana, variada y equilibrada, descanso adecuado y ejercicio con moderación. Además, Inmune de Precision Biotics, que combina la cepa probiótica específica PB-VIR de Bifidobacterium longum con 400 UI de vitamina D3, que contribuye al normal funcionamiento del sistema inmune, te ayudará a fortalecer tu sistema inmunitario y reforzar tus defensas.
